En un espacio donde lo invisible cobra protagonismo, dos mundos visuales se confrontan: uno compuesto por imágenes originales de fotos de flores y otro por fractales producidos por el algoritmo. Como dos memorias que se rozan, cada imagen revela únicamente lo que no coincide, lo que se resiste a la uniformidad: un temblor, una línea que se quiebra, un color que se niega a fundirse. Un territorio donde la imagen no suma, sino que sustrae; donde lo importante no es lo que se ve, sino lo que se revela en este encuentro.